domingo, 4 de octubre de 2015

“OS BARCOS” de Thiago de Mello (De Tenebrosa Acqua, 1954)

OS BARCOS

Os barcos nascem como nascem dores.
E chegam como pássaros ao céu,
como flores do chão. São mensageiros.
Vêm na crista dos astros, vêm de ventres
por onde rolam rastros de cantigas
de antigas barcarolas estaleiras.
Trazem na proa audácias e esperanças,
as cismas e os assombros nos porões.

A mão que os faz, humana, os não perfaz,
apenas segue, tímida, ao comando
de vozes nascituras que lhe chegam
da boca dos martelos e das ripas.
A si mesmos se fazem, pelo mando
de voz sem boca: os barcos são auroras.
Despejam-se na foz de águas escuras.
Contudo, chegam sempre de manhã.

Chegam antes, alguns. Outros são póstumos.
Há os que não chegam nunca: naufragaram
nas primícias do rio. Tantos mastros
se vergam na chegada, outros se racham.
Partem-se popas, lemes, em pelejas
imaginárias contra calmarias.
Uns são velozes, zarpam mal-chegados,
outros são lerdos, de hélices sem sonhos.

Há barcaças nascidas para as idas
ao oco dos mistérios, há as que trazem
lendas futuras presas ao convés,
as que guardam nos remos os roteiros
de grandes descobertas e as que vêm
para vingar galeras soçobradas.
Há as que já chegam velhas, sem navego.

O mar, sempre desperto, espreita e espera
a todos, e de todos se acrescenta.
Para barcos se fez o mar amargo
e fundo, sobretudo se fez verde.
O mar nem sempre os quer. O mar se tranca
frequentemente a barcos, e os roteiros
marítimos se encantam em lajedos,
estraçalhando quilhas e calados.

O coração das caravelas viaja
desfraldado nos mastros, invisível
bandeira também bússola. Altaneiro,
ele surpreende, quando manso, as rotas
que se desenham longes sobre o mar.
Sextante é o coração, que escuta estrelas,
que antes de erguer as âncoras demora-se
em concílio amoroso com os ventos.

O coração comanda. Manda e segue.
E, à sua voz, os barcos obedecem
e avançam, confiantes, pois dos mastros
as velas vão surgindo, vão crescendo
como cresce uma folha de palmeira,
às manobras da brisa sempre dóceis.
De caminhos de barcos sabe o mar.
Os ventos é que sabem dos destinos. 
Thiago de Mello (Tenebrosa Acqua, 1954)

LOS BARCOS

Los barcos nacen como los dolores.
Y llegan como pájaros al cielo,
como flores del suelo. Mensajeros.
Vienen en crestas de astros, en los vientres
por donde giran rastros de canciones
de antiguas barcarolas astilleras.
Traen a proa audacias y esperanzas,
desconfianzas y asombros en los poros.
La mano que los hace, no los fine,
apenas sigue, tímida, al comando
de voces nacedoras que les llegan
de bocas de martillos y de ripias.
A sí mismos se hacen, por mandato
de voz sin boca: los barcos son auroras.
Se vacían en deltas de agua oscura.
Con todo, llegan siempre de mañana.
Algunos llegan antes. Otros póstumos.
Hay los que nunca llegan: naufragaron
al comienzo del río. Unos mástiles
se alzan a su llegada, otros se rompen.
Se parten popas, timones, en peleas
imaginarias contra las bonanzas.
Veloces unos, sólo llegar zarpan,
otros son lentos, de hélices sin sueños.
Hay barcazas nacidas para viajes
al fondo del misterio, hay las que traen
futuras fábulas tomadas del revés,
las que guardan en los remos guiones
de hallazgos y las hay que vienen
para vengar galeras zozobradas.
Hay las que llegan viejas, sin velamen.
El mar, siempre despierto, los espera
a todos, y de todos se acrecienta.
Para los barcos se hizo el mar amargo
y hondo, y se hizo sobre todo verde.
No siempre el mar los quiere. El mar se cierra
a menudo a los barcos, y las rutas
marítimas se mutan en roquedas,
despedazando quillas y callados.
Un corazón de carabela viaja
ondeando en mástiles, oculta
bandera también brújula. Altanero,
sorprende, cuando manso, los caminos
que se dibujan largos sobre el mar.
Sextante el corazón, escucha estrellas,
y antes de levar anclas se demora
en consejo amoroso con los vientos.
El corazón comanda. Manda y sigue.
Y, a su voz, los barcos obedecen
y marchan, confiados, de los mástiles
las velas van surgiendo, van creciendo
cómo crece una hoja de palmera,
a los manejos de la brisa dóciles.
De caminos de barcos sabe el mar.
Pero los vientos saben sus destinos. 
Thiago de Mello
(Versión de Pedro Casas Serra)

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